La mujer, por su rol biológico y por su naturaleza de cuidadora es quien permanece más tiempo en contacto con bebés, infantes y adolescentes.
Se dice "lengua materna", porque entre el nuevo ser y la madre se establece un lenguaje único, que va más allá del significado de las palabras, ante todo se transmite un tono, un acento, una intención y como mensaje central, una emoción.
Como madres, abuelas, maestras, enfermeras, médicas y tantos roles y profesiones que ubican a la mujer cerca de niños y adolescentes, somos también las que vamos señalando con un gesto, con una mirada o con un largo discurso, aquello que está bien o está mal.
¿Y qué pasa si el emisor del mensaje está desconfigurado? ¿Puede una mujer que está emocionalmente afectada ser un faro cierto para su hijo, su alumno o su paciente?
Con tantas responsabilidades que nos gusta cargar, la mayoría de las veces estamos superadas, pero nuestra voz nos delata y terminamos gritando por cosas que no son trascendentes.
Obsesionadas con el orden, la limpieza, el cumplimiento de planes, horarios y compromisos de toda índole, sin darnos cuenta nos vamos convirtiendo en una especie de dictadoras del ambiente en el que ejercemos poder, sea el hogar, el aula, la oficina o el consultorio.
Y terminamos enviando mensajes contradictorios, por un lado pedimos respeto a los demás, pero por otro gritamos o actuamos con violencia a la hora de pedir algo o expresar nuestras inconformidades.
La mujer entró en la danza del dinero y en la competencia laboral; los hijos han pasado a otro nivel de prioridad y se les dedica poco tiempo y sobre todo paciencia para acompañarlos a crecer.
Al final de la jornada aparece el conflicto interno, entre nuestra verdadera naturaleza de seres dulces y cariñosos y la máquina de trabajar y limpiar que activamos desde muy temprano.
Para transmitir valores se necesita tiempo y sentido crítico, para vernos de lejos y mirar cómo lo hacemos, porque no podemos darle un discurso a un bebé ni darle un sermón a un adolescente, aunque en el fondo los dos piden lo mismo: amor, atención, escucha y sobre todo, límites y ejemplo.
Las mujeres somos las transmisoras naturales de valores; ningún ser humano por grande que sea olvida las enseñanzas de una madre o de una maestra, sean positivas o negativas.
Más vale entonces que hagamos un pare y tengamos claro cuáles valores y cómo los estamos transmitiendo.
"Educas a un hombre
y educas a un hombre.
Educas a una mujer
y educas a una generación"
Brigham Young