Les enseñamos a los niños a hablar, vestirse, lavarse los dientes, comer en la mesa y muchas otras acciones cotidianas, pero se nos olvida que con nuestro comportamiento también les estamos enseñando a expresar sus emociones.
Si gritamos, ellos aprenderán a gritar; si maldecimos, ellos aprenderán a maldecir. Los niños aprenden a hacer lo que ven en su entorno inmediato y si lo hace la mamá o el papá, cobra mucha más importancia.
Antes que enseñar a los chicos, nosotros como adultos debemos revisar la forma en que estamos expresando nuestras emociones: permitir el diálogo, el abrazo y sobre todo, el llanto que proviene de un sentimiento genuino no de una pataleta.
La pataleta es una prueba de que el niño o la niña no conocen otra forma de hacerse notar y de comunicarse con los adultos.
El grito no se calla con otro grito; el silencio y la autoridad amorosa hacen que el chico reaccione favorablemente, es cuestión de intentarlo y abrir los espacios en forma oportuna, no en medio de las pataletas.
Si queremos que nuestros niños aprendan respeto, comprensión y paciencia, debemos comenzar por aplicarlos nosotros mismos ante sus sentimientos.
"Cuando hables, procura que tus palabras
sean mejores que el silencio".
Proverbio hindú