¿Los valores se enseñan?

Los valores se transmiten, se adoptan, se estimulan, se descubren, se forjan, se pulen, pero no se pueden enseñar porque el ser humano ya los tiene grabados de manera profunda en su inconsciente.

Todos llegamos a este mundo con una noción de lo que es la bondad, el respeto y muchos otros valores; el entorno que nos recibe influye directamente para que esa primera noción se reafirme o se distorsione.

Un niño constantemente maltratado puede terminar creyendo que la agresión es el lenguaje normal entre seres humanos y por eso luego no sabe reconocer el nivel básico del respeto. 

Otra razón por la cual los valores no se pueden enseñar es que cada uno percibe las cosas de manera particular y las expresa de forma diferente, según las costumbres, las creencias del entorno y la información que trae en su ADN emocional. 

Así, una familia que decide no aceptar la violencia como lenguaje, tiene mayores probabilidades de formar seres pacíficos a una que no, aunque esto por si sólo no garantiza el resultado.

Forjar valores es un proceso lento, requiere mucha paciencia y enorme consistencia; se deben brindar todas las oportunidades que sea necesario y hay que tener COHERENCIA, en otras palabras, debe coincidir lo que se predica con lo que se aplica.

En un ambiente de gritos, insultos y maltratos, no se puede esperar que surja un auténtico respeto. 

Perseverar, perseverar y perseverar.

La Naturaleza nos enseña que todo tiene un proceso, que las cosas no surgen de la noche a la mañana, que para obtener frutos se necesita tierra, semillas, agua, sol, esperanza y sobre todo perseverancia, que es una mezcla entre la esperanza, la templanza y el esfuerzo.

Esperanza para dibujar en la mente los sueños; templanza para impedir que los demás pinchen el globo y esfuerzo para realizar cada día el trabajo que corresponde.

Cuando logramos conectarnos con la voz interior que nos guía desde nuestro lado luminoso podemos tener la certeza de estar avanzando en la dirección correcta, pero hay que avanzar, no bajar los brazos o sentarse a descansar antes de tiempo.

Quizás perdemos la capacidad de perseverar cuando el plan no nos gusta o los frutos no eran los que queríamos; no importa, se puede volver a sembrar, pero es necesario volver a dejar limpia la tierra y una vez más comenzar.

Comenzar de nuevo, las veces que sea necesario y no abandonar el camino, podemos  trazar nuevas rutas, que equivale a cambiar de semillas.

Perseverar es distinto de volverse obstinado, la obstinación es querer que brote algo que no se ha sembrado. La perseverancia es como un abono que hace que se vuelva más fértil la tierra.