Aprendiendo a actuar con solidaridad

La solidaridad es la capacidad de movilizarnos para ayudar a quien nos necesita; se diferencia de la caridad, que expresa nuestra capacidad de desprendernos de algo para entregarlo a otro.

No basta con preocuparnos y pensar en el otro, la verdadera solidaridad exige que actuemos, que aportemos nuestro tiempo y esfuerzo, aunque no brindemos nada material.

El simple hecho de reconocer la situación de dificultad de otro y abrazarlo en su abatimiento, ya es un gesto de solidaridad.

No hay que esperar a que lleguen desgracias para salir a ayudar a los demás, basta con recordar quién nos ha pedido algún tipo de ayuda y revisar sinceramente si nos hemos movilizado, si de verdad hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance cuando alguien nos buscó.

El miedo y la falta de paz interior nos impide actuar para ayudar a otros; el miedo a involucrarnos en problemas ajenos, miedo a hacernos cargo de asuntos que creemos que no nos competen. Y si la conciencia está revuelta y confundida y tenemos algún rencor guardado con quien nos necesita, entonces no vamos a poder ayudar.

No se trata de ir por el mundo supliendo necesidades ajenas que hay por millones, sino de estar atentos a quien nos pide algo, al prójimo, al que tenemos cerca que no siempre necesita dinero, puede ser un trámite, un objeto prestado, un contacto, alguna recomendación y por más que nos dé pereza o tal vez disgusto porque nos pidan favores, en eso consiste la solidaridad, en actuar, en pasar de los buenos deseos a las buenas obras sin juzgar al otro.

"La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; 
la solidaridad es horizontal 
e implica respeto mutuo."
Eduardo Galeano
Periodista y escritor uruguayo
1940 - 2015



Los verdaderos valores

Gran parte de los conflictos humanos se originan en la tergiversación de los valores, en reclamarnos entre nosotros honestidad, responsabilidad, humildad y bondad sin saber exactamente lo que significa cada concepto y exigiendo su cumplimiento desde nuestros propios prejuicios, lo que nosotros creemos que "Debe ser".  Nos juzgamos muy rápido y no damos espacio a entender, ni siquiera a escuchar al otro y así vamos condenando a propios y extraños al olvido o al destierro.

¿Por cuál valor podemos comenzar? Por ese que estamos reclamando. Si tu mayor dolor emocional está relacionado con la irresponsabilidad de otro, entonces ponte a trabajar en el valor de la responsabilidad y atraviésale la visión espiritual, para que el ejercicio sea completo. Sin ir a libros sagrados ni normas de las iglesias, pregúntale a tu corazón: ¿Con qué derecho juzgas a otro? ¿Acaso hay alguien que no se equivoque? ¿Tú nunca te equivocas? ¿ Y esa irresponsabilidad que señalas en el otro, acaso no te obliga a buscar otros caminos? Y si tu conflicto está con la deshonestidad de otros...¿No existe un juez supremo que tarde o temprano se encarga de hacer justicia?

Esa fuerza que nos mantiene con vida, que a mi me gusta reconocer como Dios, nos da una gran lección de comprensión, porque permite que cada cual haga lo que quiera y aprenda las lecciones de sus propios errores que no son castigo divino, son consecuencia de nuestros actos que nos cuesta reconocer.

"Toda acción tiene una reacción", dice un principio de la Física, entonces es fácil, se trata de hacer un propósito profundo de encaminar todas las acciones hacia el bien, hacia la bondad, la humildad y ser nuestros propios vigilantes, sin que nadie venga a calificarnos, para eso estamos dotados de CONCIENCIA, esa alarma interna que no nos gusta escuchar o que ignoramos, pero que irremediablemente se activa cuando obramos en contravía de la esencia de nuestro corazón creado para el amor, no para el odio.

Los verdaderos valores son esos sentimientos que se disparan en el corazón frente a algunas situaciones y que son distintos para cada persona; lo que a unos les parece malo a otros les puede parecer bueno. ¿Y cuál es entonces la medida de los valores? El bien que desencadenan. Nada que conduzca al dolor o al sufrimiento ajeno puede ser considerado un valor, así se haga en nombre del bien. No es coherente decir que hacemos esto o aquello por el bien del otro, si vemos que el otro sufre. Abramos los ojos de verdad verdad y observemos lo que estamos generando en las demás personas, si estamos causando daño entonces hay un valor que no estamos comprendiendo. Y la solución no está en el otro, está en nosotros, en nuestra capacidad de torcer el timón y salirnos de ese cruce de caminos, del conflicto que nos ata a otro.

Apartarse a reflexionar en busca de respuestas profundas es la práctica más efectiva que existe; ahí, en medio de la observación de nuestros propios sentimientos afloran nuestros verdaderos valores, lo que de verdad queremos y soñamos.

Los verdaderos valores no están en las religiones ni las iglesias, ni en los manuales de convivencia o en la leyes; esos son caminos opcionales. Los verdaderos valores están grabados en lo profundo del ama humana; venimos a dar amor, a crear y a servir, todo lo demás son laberintos mentales para perdernos en discusiones absurdas con falsos dioses que se alimentan de nuestro miedo.

El gran valor de los valores es el AMOR y el amor, desde un punto de vista holístico, es una vibración de gozo, de complacencia con algo o alguien. Sólo basta revisar que tan conforme estás con lo que haces, con lo que dices, con la forma en que vives, con el entorno en el que te mueves, con cuánto te quejas.

El amor por sí solo desencadena todos los demás valores, porque el que ama no engaña, no miente, no adultera, no esconde, no quita, no roba. El grave problema es que tampoco entendemos el amor o lo entendemos mal, creyendo que es posesión.

El amor se relaciona con la libertad, si hay esclavitud no hay amor.  El que ama, ama y punto, aunque en el fondo espere algo a cambio y quizás no sea correspondido como quiere, se conforma con saber que ama, que su corazón es capaz de sentir amor.

"Amaos los unos a los otros"
Jesús