Así como la honestidad depende de lo que hagamos día tras día, la felicidad también requiere de nuestra atención y nuestro esfuerzo. Debemos estar atentos a lo que decimos, a la expresión de nuestro rostro, y especialmente, a la vibración interna, si estamos en paz o tenemos un volcán en ebullición por dentro.
Observarnos, escucharnos. ¿Qué decimos? ¿Pasamos el día renegando de todo? ¿No estamos satisfechos con nada? ¿Nada nos sirve? ¿Nada nos parece bueno? ¿Juzgamos a los demás?
Si la respuesta es SÍ a muchos de estos interrogantes entonces estás atravesando un período de infelicidad que hay que revertir cuanto antes porque la desdicha es un sentimiento que puede llegar a enfermarte.
La felicidad puede ser vista como el resultado de combatir de manera consciente muchos antivalores como la soberbia, el orgullo, la vanidad, y comenzar a cultivar también en forma consciente la humildad, la sencillez y la modestia. Sin caer en la desvalorización propia ni dejar de tener sueños y proyectos, se trata de no obsesionarse y valorarse en una justa medida, ni por arriba ni por debajo.
Serenar el espíritu puede resultar un buen primer paso para comenzar a caminar en felicidad. Y para serenar el espíritu hay que serenar el cuerpo, la materia que lo contiene. Aprender a estar en quietud física y mental al menos por unos cuantos minutos al día. Dejar de correr detrás de la zanahoria que siempre va adelante y soltar el garrote con el que queremos corregir todo el tiempo a otros.
Sentarse en un lugar privado y tranquilo, silenciar la mente, que no venga ni un pensamiento, ni un recuerdo ni un pendiente. Es casi como tomar una página llena de textos e imágenes y pasarle un borrador hasta que quede completamente vacía y lista para ser escrita o dibujada de nuevo.
Y en esos pensamientos que se resisten a ser borrados está la clave de aquello que no nos permite decidir ser felices: ¿Habré apagado la hornalla? ¡Mañana vence el pago de la luz! ¿Que tal fulanita tan vanidosa? ¡Creo que engordé! Claro todos estos son pensamientos de adulto porque nos cuesta apagar la mente. En cambio los niños no necesitan silenciar la mente porque sencillamente fluyen con la información que reciben, la sueltan inmediatamente. Es la vida la que va congestionando nuestros archivos emocionales con culpas y perdones no pedidos ni concedidos.
Es muy complejo el camino hacia la felicidad, aunque puede haber una ruta efectiva y es el autoconocimiento. Solo quien se conoce bien puede saber qué lo hace feliz.
"No hay deber que descuidemos tanto
como el deber de ser felices".
Robert Louis Stevenson
Robert Louis Stevenson
Escritor británico.