Todo lo que hacemos está marcado por algún tipo de interés, es perfectamente válido que esperemos algún tipo de beneficio por nuestras acciones, de eso está hecha la convivencia humana, del intercambio.
No obstante, cuando el corazón se contamina y creemos que el mundo a nuestro alrededor es hostil y que para sobrevivir es preciso ser astuto y ojalá más astuto que los otros, pervertimos la más poderosa de las herramientas: las intenciones.
¿Para qué hago esto? ¿Qué espero obtener de esto? ¿Qué quiero del otro? Es necesario tomar sólo un momento para pensar, encontrar la verdad adentro y rectificar el rumbo para quedarnos con aquellas intenciones puras, desprovistas de querer obtener alguna ventaja sobre el otro.
Y aplica también para las acciones con nosotros mismos y para decisiones grandes y pequeñas: ¿Para qué estoy llamando a esta persona? ¿La quiero saludar para saber cómo está o porque necesito algo de ella?¿Para qué quiero obtener ese empleo o ese título, para satisfacer mi vanidad? ¿Para qué me quiero casar? ¿Realmente amo a esta persona y la valoro o me da miedo la soledad?
La meditación sirve para que podamos aclarar todas nuestras intenciones y reconfigurar nuestra motivación interna hasta quedarnos con aquello que conduzca al equilibrio, a buscar el beneficio propio sin usar a nadie, a experimentar la gratificación de hacer y dar por ver feliz al otro sin perder la dignidad propia.
Una vez purificadas las intenciones frente a los grandes temas que impactan en nuestra vida, lo que sigue es desarrollar un protocolo personal, una ruta de verificación automática del para qué y el por qué de cada acción; esa es una forma de garantizar que por lo menos buscamos el equilibrio, que no nos mueve el deseo de sobrepasar al otro, de aprovecharnos del otro ni el de convertirnos en víctima o proveedor permanente de otro para suplir nuestras carencias afectivas o alimentar la vanidad.
Y no hace falta entrar en la discusión de si las intenciones son buenas o malas porque siempre encontraremos justificación para afirmar que son buenas, el punto es la pureza de la intención y estar conscientes de lo que queremos con cada acción, porque así mismo serán los resultados.
Una mala acción hecha con buenas intenciones no tiene efecto, es un error que la naturaleza deja pasar, mientras que una buena acción hecha con mala intención tiene toda la fuerza destructiva.
El corazón siempre avisa cuando las intenciones no son puras y el universo se manifiesta cuando son malas; el recurso que nos queda es la plena conciencia de nuestros actos y la sinceridad interior.
"Ante el trono del Todopoderoso,
el hombre no será juzgado por sus acciones
sino por sus intenciones"
Mahatma Gandhi
1869 - 1948
Político y pensador de la India