Estar sometido a otro o a una situación genera en el ser humano tristeza porque en el fondo se sufre por la pérdida de un valor fundamental: libertad.
Sin embargo, el ser humano es
dependiente por naturaleza, desde que nace hasta que muere necesita de los
demás para subsistir física y emocionalmente. El orgullo y la vanidad impiden
que reconozcamos cuánto dependemos de otros para sobrevivir pero así
mismo el universo se encarga de recordárnoslo de diversas maneras.
Y en la
dependencia también hay escalas, en lo más bajo está la sumisión y en lo más
alto, la dominación; el que mantiene la dependencia y el que quiere seguir
dependiendo, el controlador y el controlado, el que se abandona a sí mismo y
cede al control de otro. Hasta que llegamos a tener conciencia de nosotros
mismos, estamos completamente en manos de quienes ejercen el control, hay quienes
se liberan más rápido, los que nunca se enteran y otros que se enteran pero el
miedo o la comodidad los lleva a permanecer en manos de quien está a cargo.
¿Cuál es el punto medio de la
dependencia? La felicidad. Cualquier indicio de sufrimiento, dolor e indignación,
pueden estar mostrando que no hay libertad y que por lo tanto se está en una
dependencia malsana que además genera rencor, rabia y resentimiento.
En el
contexto de la convivencia humana la plena independencia no existe, en la
práctica somos interdependientes y ojalá podamos ser amorosamente
interdependientes para dar y recibir con generosidad y verdadero respeto por la
dignidad del otro.
“La
independencia siempre fue mi deseo;
la
dependencia siempre fue mi destino”
Paul
Verlaine
poeta francés
1844 - 1895